Trovadora de Sueños e ilusiones

domingo, 24 de octubre de 2010

Lo bueno de amar es que puedes olvidar




Su reencuentro fue, por así decirlo inesperado. Él, doctor. Ella, paciente. 

Él había sido un hombre perfecto, de buen trabajo, bonito rostro y de buen carácter. Ella sólo lo había querido olvidar. 

La camilla dónde estaba ella era de fierros y sábanas blancas, con un tubo que le salía de la boca y otras tantas máquinas que sonaban ante el menor de sus quejidos. La cama de él era de suaves sábanas y negros maderos, de un reloj que gritaba a las 6 en punto y un aparato que sonaba al menor de las emergencias. 

Ella no sabía que estaba él y, si lo hubiese sabido, no habría querido verlo. Él sabía que estaba ella y, como toda paciente, tendría que poner sus conocimientos en juego si quería seguir trabajando. 

La enfermera venía cada día a verla, sus latidos débiles y dificultosa respiración le hacía pensar que no saldría de aquella camilla. La enfermera venía, después, a verlo con las pruebas y anotaciones de ella. 

Él las veía sin más, como cualquier otro de tantos, en su oficina con sus lentes de reposo con la luz de una lámpara de mesa. Ella se mantenía quieta en una habitación blanca de frías paredes y de tristes cortinas. 

El aparato chilló inquieto y corrió hacia una puerta verde clara. Las máquinas gritaron y ella sonrió en sueños. 

Sus ojos la vieron débil, ojerosa por la pérdida de sangre y, aún así, bella. Pensase lo que pensase ella, él la encontraba bella. 

"Te necesito..." 

Un recuerdo rápido que estaba oculto en su cabezo surgió. Era nítido, grácil y doloroso. Sus manos se movían veloces para poner los tubos de sangre. 

"Te extraño, te recuerdo cada día. Cada abrazo, cada beso" 

"Tus padres... No podemos" 

Los tubos se tiñeron de escarlata mientras subía la sangre. 

"Pero... Yo te amo" 

"Será algo bello que quedará" 

Las ondas de la máquina del corazón piteaban desesperadas. 

"¿Quieres que te olvide? 

"Eso depende de ti" 

La bolsa se vació, pero ella necesitaba más. 

"¿No le ves a esto un futuro?" 

"No" 

Se arremangó la manga y de su brazo blanco le puso otros tubillos que le quitaba la sangre. 

"Entonces, tendré que olvidarte. Adiós" 

"Adiós" 

Los colores de las mejillas de ella volvieron adoptar su sonrosado de adolescente que se le habían borrado al crecer. Él la contemplaba en silencio, debilitado, la veía fusionarse con la artificial luz de la ampolleta. 

La enfermera de práctica, al entrar, corrió desesperada buscando a otra de más experiencia. Él sólo veía a la paciente, su corazón dio un salto. 

A los pocos días ella se fue de alta con muletas. El accidente sólo le había afectado en parte a su corazón, en parte a sus piernas. La paciente nunca supo quién fue el que le salvo la vida, el doctor que la recibió a su despertar nunca lo había visto y se había hecho la idea de aceptar la cita del hombre que charlaba a su lado. Él la veía irse, feliz con otro y feliz de volver a su vida. 

Ella ya se había olvidado de él.






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