Sonetos de muerte, sonetos de injuria
creciente latente estrella del amanecer
pasa veloz con lentitudes de segundos.
Paliativas son las esperas tuertas
que esperan todos menos a mí misma.
Soledad es mi sola palabra del alma
que golpea mis sienes cuando me tumbo
en la conciencia imaginativa estridente
de la sincera mentirosa verdad.
Fulmino el recuerdo hiriente del olvidar
pero dejo el que me estrecha en balde.
Razones pequeñas que no dan basto
a las manos rabiosas que escriben y aúllan
discusiones a los ojos tiesos, apagados.
Perdón, sí es algo lejano y embustero
pues es fácil sentirlo, pero difícil decirlo
a las orejas cerradas que no saben el mar.
Si suspiro es porque es aire que ya no tengo
y de que su morada pulmonar se escapan
a un lugar que ya no alcanzo a llegar
ni con naves, ni con aviones, ni con trenes,
ni con las lunas llenas, ni con mi espíritu
que es impaciente y libre, incomprendido
en su pensar, pesar, crear, tentar, estar
de la sincera mentirosa verdad.
En toda la materia que compone
el mundo en sus bocas azules hambrientas,
oscuras en sus caries de lengua escamosa,
plateada ante la luz de la Dama de la Noche
y verde ante la mirada del Señor del Día.
Pequeñita estoy, saltando en estrella por estrella.
Cuido de no caerme, pero hay algunas rocas
que son resbaladizas y cenicientas de frías riñas
de la sincera mentirosa verdad.
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