Era un ángel de fina mirada, de una bella sonrisa y de cabellos largos castaños. Hablaba con una elfa de tibios ojos, de fino canto y ondulado cabello rubio. Hablaban de los hombres, mortales de frágiles recuerdos. Aquellos que olvidaron ya a la elfa y que pronto olvidarían al ángel.
La primera era amada y respetada por aquellos. Cada vez que la veían contando cuentos a los nacidos, que se convertían, después, en grandes trovadores y caballeros.
El segundo era adorado y apreciado por aquellos. Cada vez que aparecía en los sueños de los elegidos por su Señor, que se hacían, después, en estoicos profetas y reyes.
La elfa le gustaba caminar por los bosques, cantándole a las flores y a la dicha de aquellos que la habían olvidado con sus metales y horarios.
El ángel le encantaba volar por los cielos, alabándole a Dios y a la felicidad de aquellos que estaban pronto por olvidarle con sus misiles y leyes.
Ambos intentaban llegar a una conclusión que les diese un poco de tranquilidad después de todos esos años que han visto como aquellos se desvarían por llegar a un acuerdo entre sus pieles y biblias, sus fronteras y comida.
Sonrieron ambos cuando el sol declinó. Habían acordado un acuerdo que los alegró.
Ella iría por las cunas y volvería cantarles a los nacidos los cuentos de sus antepasados y poesías de esperanza.
Él iría por los sueños y volvería a susurrarles a los elegidos las palabras de confianza y fe y sabiduría de su Señor.
La elfa cantó una nota de júbilo y una flor nació de sus manos y se la enseñó al ángel.
El ángel posó sus manos contento y un pajarito pequeño se posó entre los pétalos de la flor de la elfa.
Los dos la posaron en el suelo y le dieron sus bendiciones. Para cuando se fueron, un manto florido inundó las hojas de los poetas y el valor de los luchadores de la realidad. Y grandes alas elevaron las palabras de los creyentes y a la razón de los líderes de pasos grandes.
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